martes, 6 de agosto de 2013

He comenzado a estudiar al señor Artaud. Me encanta estar estudiándolo y hacer todo esto en tiempo presente. No sé cómo vayan a ser los resultados, pero en este momento tengo involucrada una parte de mí, un recuerdo de una capa que no he querido mirar más, pero que después de todo, le tengo cariño. Le tengo cariño a esa Fernanda, a pesar de que cuando yo era ella, la odiaba. Así, algo propio, íntimo, está sumergiéndose y envolviéndose con la imagen del joven Antonin, y con mucho amor, y con aquella necesidad que me trajo a la búsqueda de actuar, estudio. No sólo a él, sino a tantos otros que simplemente no pudieron soportar esta vida jodida. Me (re)encuentro entonces con Alejandra Pizarnik, y me dan ganas de dejar constancia de su poesía en cualquier rincón de mi habitación. Este blog (que conoció a aquella Fernanda de la que antes hablé), es también parte de mi habitación. Un cajoncito. Con la curiosidad que me provoca que ella reaparezca ahora, luego de haberla conocido en mis primeros tanteos de este mundo que quizá aún no se me abre, dejo sus palabras.



Ampáralo niña ciega de alma
Ponle tus cabellos escarchados por el fuego
Abrázalo pequeña estatua de terror.
Señálale el mundo convulsionado a tus pies
A tus pies donde mueren las golondrinas
Tiritantes de pavor frente al futuro
Dile que los suspiros del mar
Humedecen las únicas palabras
Por las que vale vivir.

Pero ese instante sudoroso de nada
Acurrucado en la cueva del destino
Sin manos para decir nunca
Sin manos para regalar mariposas
A los niños muertos

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