y qué venís vo
a tratarme a mí de tonta culiá
cuando en vez de reparar el hoyo
te metís adentro
y te revolcai
no te dai cuenta que de tanto mirarme
y moverte aquí dentro
se está agrandando el agujero?
y qué venís vo
a tratarme a mí de tonta culiá
cuando en vez de reparar el hoyo
te metís adentro
y te revolcai
no te dai cuenta que de tanto mirarme
y moverte aquí dentro
se está agrandando el agujero?
Tengo una pena honda.
A veces,
yo misma la miro y le pregunto
¿cómo fue que te cavaste tan honda?
Y la trato de tonta,
por haberse esforzado más de la cuenta.
¡No era para tanto!
Y sin embargo, el hoyo ya está hecho.
¿Cómo mierda lo lleno ahora?
Y miro al costado,
donde tiró todos los recuerdos
a un montoncito donde se ven como una masa amorfa,
pegajosa y oscura;
donde no es posible separar un recuerdo de otro,
porque todas sus partes están repartidas
y las partes bonitas de uno
se mancharon con las partes feas de otro.
¿Cómo mierda entonces puedo llenar el hoyo?
Si intento meter esta masa amorfa
de vuelta al hoyo
ni siquiera cabría dentro.
Tengo que sumergirme en la masa
para separar lo bonito de lo feo
y meterlo de vuelta,
¿Puedo deshacerme de lo que no me gusta?
Parece que no,
se quedaría ahí
dando vueltas.
¿Es que a caso tengo que separar
y ordenarlo todo?
Siempre fui tan mala ordenando.
¡Pena tonta!
-bah, qué tonta, ¡pena culiá!
En unos días más es mi cumpleaños, y no he podido dejar de repasar el día que caminábamos en silencio, pero ardiendo en ira por seminario. Quizá fue de los momentos más intensos e íntimos que vivimos. En eso, algo tan simple como compartir un silencio, cargado de fuego interno.
Ese era el día anterior a mi cumpleaños, el día en que habían asesinado a Catrillanca.
No sé cómo fue que salimos de la casa después. Pero tomamos una micro, y nos pasamos. Cuando íbamos caminando por Matucana dieron las 12. Y aunque cierro los ojos y me esfuerzo y me esfuerzo no puedo recordar qué fue lo que hiciste. ¿Fue un grito? ¿Fue un aplauso? ¿Fue un abrazo al que respondí torpemente? Cuán escurridiza es la memoria. Pasé las 12 con quien fue mi amigo del alma, y a quien probablemente nunca le expresé concretamente mi afecto. Creo que me dio vergüenza, respondí torpemente y compartimos otra caminata, pero de esas alegres y risueñas que quisiera repetir todos los días como cuando vivíamos juntos.
Cómo recupero la liviandad que me hacías sentir?
Mis mañanas.
(Gioconda Belli)